nspirada en el año 1928, Las Chicas del Cable narra la historia de un grupo de mujeres dispuestas a salir del patriarcado de la época impulsadas por un puesto de empleo novedosos y diseñado exclusivamente para mujeres: la telefonía. Madrid se convierte en vanguardista (para la época) y se sumerge en la aventura de conectar a la gente del país a través de ese nuevo artilugio que tan solo unos pocos tenían en su poder, el teléfono. Abonados, centralitas y cables, así es como las mujeres empiezan a conectar personas de distintos puntos de España y, a su vez, sus propias vidas.
Blanca Suárez, Maggie Civantos, Ana Fernández, Nadia de Santiago y Ana Polvorosa interpretan a las principales protagonistas de la serie. “Mujeres fuertes e independientes”, como rezan más de una vez, sumergidas en un mundo de hombres en el cual se les restringe muchas de las libertades en las que hoy gozamos.
Entre la trama, la subtrama personal de cada una de ellas. Nos interesa, sobre todo, el lío amoroso entre Sara Millán y Carlota Rodriguez de Senillosa (Ana Polvorosa y Ana Fernandez respectivamente). En la primera temporada, la amistad entre los personajes surgió tras una tensión que evocaba deseo. Finalmente se convirtieron en un trío junto con el novio oficial de Carlota. Poliamor y bisexualidad para una serie inspirada en los años 20; buena elección, desde luego.
En esta última temporada han ido un paso más allá, borrando de un plumazo la pareja lésbica ya que Sara Millán se confiesa, y cito textualmente, “un hombre atrapada en un cuerpo de mujer”. Imaginémonos cómo debía ser eso en aquella época donde se tachaba de enferma a la persona con disforia de género. Médicos, psiquiatras y un hospital para enfermos mentales muy dudoso. La ignorancia y el desconocimiento que acarreaba los tiempos donde la libertad sexual era impensable.
Tendremos que esperar a una tercera temporada para saber cómo se resuelve esta trama y es que Las Chicas del Cable parecen haber conectado muy bien en la ficción española.