Lo primero que piensas cuando lees que una mujer era lesbiana y ahora es una mujer hetero es que en realidad es bisexual. Alfred Kinsey ya exploró el espectro de la orientación sexual humana hasta averiguar que casi todos en mayor o menor medida somos bisexuales. Pero el post de hoy no va de las bisexuales que en su día tuvieron una relación lésbica y ahora no pero que en un futuro quién sabe, sino de literalmente mujeres que se creían lesbianas y no lo eran.
Esto causa debate, sí. ¿Realmente puede pasar? Así como una mujer lesbiana se ha identificado con la etiqueta de heterosexual (porque se nos pone por defecto) hasta comprender que no lo era, a una mujer que se ha identificado como lesbiana (explicamos más tarde el porqué) ha comprendido más tarde que no lo era. Así de simple.
Hasta hace bien poco, incluso hoy en día (y esperamos que cambie pronto) tenemos que salir del armario para etiquetarnos como algo que no sea hetero-cis. Por ello, la frase de “hala, tía, si antes te gustaban los tíos” ha resonado en nuestros oídos cientos de veces al ver como gente que hacía tiempo no te veía se echa las manos a la cabeza sorprendida del “cambio” que en realidad es un redescubrimiento personal. Vamos, que por seguir a la mayoría no conscientemente nos metemos en estos jardines.
Lo mismo a la inversa
Pero, ¿puede ocurrir lo mismo a la inversa? No es lo común, pero puede. Vamos a hablar de un supuesto y jamás se sabrá si la chica de la que hablo, llamémosle Emilia, existe de verdad o no (chan chan CHÁÁÁN). Emilia vive con su madre y su hermana, sus padres están separados. El padre es un padrazo y la relación con él es buena, pero vamos a ponerle dramatismo. La hermana mayor de Emilia es lesbiana confesa y todo le va genial: es feliz en la universidad, tiene muy buenos amigos y una relación estable y sana con una chica; son tan felices y están tan enamoradas como las historias de Disney. ¿Recuerdas esas veces que pensaste que ser hetero sería más fácil? Pues lo mismo piensa y cree Emilia, que sale con chicas.
Eso es solo un ejemplo de la infinidad de corrientes en la sociedad que nos arrastran hacia orientaciones que no son con las que más cómodas nos sentimos y no solo hablo de el caso de Emilia. La sociedad pone etiquetas a la ligera por algo tan banal como el aspecto físico, por ejemplo: ni todas las jóvenes que juegan al fútbol y llevan el pelo corto son lesbianas, ni todos los jóvenes que estudian peluquería con gays ni todas las chicas que les encanta el maquillaje o los chicos que son mecánicos son heterosexuales. Si ya es común oír cosas como “no, tú eres niña y te tienen que gustar los niños”, cosas como “pues pareces lesbiana” (cuando en realidad no hay un modelo de “lesbiana” supremo al que parecerse, señoras) no aporta absolutamente nada al recorrido introspectivo de la persona para encontrarse y encontrar su sitio.
En conclusión, los casos son infinitamente menos por una cuestión educacional, pero el patrón es el mismo. Bienvenidas a la majestuosa diversidad del mundo.