Antes de entrar en debate tengo que recordar que Carol está basada en The price of salt de Patricia Highsmith, provocadora novelista estadounidense autora de más de 30 obras literarias en las que destacan las novelas de suspense. Patricia, que esperaba la publicación de su primera novela, Extraños en un tren, trabajaba unas navidades en un centro comercial de Nueva York cuando vio entrar a una elegante mujer que la dejó fascinada. Esa misma noche escribió el argumento de The price of salt y sus primeras páginas. Una obra autobiográfica que expondría para siempre su pasión por las mujeres.
Teniendo en cuenta todo esto, Carol, la película de Todd Haynes, es la mejor película lésbica de la historia sin margen de error. Highsmith no miente, no es un equipo de guionistas de Los Ángeles que juegan a simular lo que puede sentir una mujer por otra, no lee periódicos de los 50 para hacerse una idea de cómo se amaba entonces, no vacila a la hora de mostrar una verdad al mundo y, por supuesto, se muestra muy superior a sus miedos.
Patricia Highsmith dio vida a Therese, una escenógrafa convertida en fotógrafa por Haynes en la adaptación cinematográfica de The price of salt. La joven Therese, que no tenía más de 20 años, se enamora perdidamente de Carol Aird, una acomodada mujer casada y madre de una niña.
Los 50 eran esos años donde era impensable, o al menos una auténtica locura, salirse del redil.
Las protagonistas se enamoran escena a escena de una manera cautelosa y, a pesar de dejar clara la admiración y el deseo que sienten ambas, te muestra el amor como un proceso donde en los actos no cabe el arrepentimiento. Contra toda una sociedad patriarcal heteronormativa, Carol y Therese trazan su propio camino a la felicidad anteponéndola de forma natural a cualquier otra situación donde una de las dos no estuviese.
Por otro lado, Carol se suma en una lucha por la custodia de su hija donde su marido, hombre del que ya se ha alejado emocionalmente, remite a las preferencias sexuales de su mujer para que se vea obligada a volver al núcleo familiar y acudir a terapia psiquiátrica si quiere recuperar a su hija. Contra todo pronóstico, Highsmith jamás se planteó elaborar un personaje tan débil como para rechazar su felicidad para donarla a una sociedad que no la respeta.
Cuando Carol termina, has recibido un valioso mensaje envuelto en una banda sonora, una fotografía y una actuación insuperables: Antes que nadie, tú. Que ni por ser mujer ni por ser lesbiana ni por que la persona que quieres tenga años de más o años de menos hay que renunciar a lo que se desea por mucho que la sociedad no lo entienda. Si Highsmith pudo entenderlo hace 70 años, seguro que tú también.