Quién no ha escuchado alguna vez eso de las mariposas en el estómago, el flaquear de piernas, los colores que se te suben junto con un calor irresistible que te abraza como una comida tarde de verano. ¡Buf! Enamorarse es sin duda una de las sensaciones físicas -sí, físicas- más agradables y, a su vez, curiosas que podemos vivir.
El cerebro es un órgano misterioso. Por mucho que asociemos el amor al corazón o incluso al alma, todo es mucho más racional de lo que nos ha vendido Disney. Resumiendo, todo se resume a una segregación de hormonas que alteran nuestro cuerpo teniendo, como consecuencia, síntomas físicos bastante tangibles: sí, se nos acelera el corazón, se nos dilata la pupila y estamos literalmente colocadas.
Pero, ¿por qué? Cuando hablo de que nos colocamos es porque realmente tenemos una subida de dopamina. Esta segregación excesiva es altamente adictiva, por eso tenemos esa sensación de apego con nuestra chica. Si aún no es tu chica, lo sentimos, porque es complicado gestionar la química. Digamos que en el caso del amor no correspondido eres la única “drogada” de las dos, así que que no te extrañe ver cosas y señales que en realidad… no están pasando.
Y si creías que toda esta segregación de hormonas se debe a que te gusta lo que ves… estás muy equivocada. Resulta que el sentido que nos enamora no es más ni menos que el olfato. Un sistema ancestral que tenemos para reconocer quienes son nuestras mejores parejas sexuales basadas en la compatibilidad. Olemos las feromonas que la gente desprende y nos sentimos atraídas solo por algunas de ellas. A veces coinciden y a veces no. La naturaleza es sabia, pero no te lo va a poner fácil.