Se acabó la tranquilidad
Pues no había ningún test que hablara, así que compré el que se podía leer. Esperábamos no tener dudas esta vez. Aunque ya eran tres días de retraso, y los pechos que parecían querer explotar en cualquier momento. No quería hacerme ilusiones.
Texto: Natalia Cremades | twitter: @MamaoMami
2-3 semanas. Eso es lo que nos dijo el test. ¡2-3 semanas! Esta vez estaba bastante claro. El hecho de ponerme a llorar desconsoladamente, después de verlo, despistó a mi mujer. Creo que, por un segundo, pensó que me arrepentía. Pero para nada. Estaba feliz. Estábamos felices. Pero, lejos de ser un final, era el principio de todo.
Queríamos esperar para hacerlo oficial. Solo a nuestros familiares más directos. Hecho que a mi madre puso muy nerviosa, ya que no lo entendía, y constantemente me pedía permiso para decirlo. Me confesó que se lo contó a una hermana suya. Con lo que estaba pasando, no pude enfadarme.
Queríamos esperar para hacerlo oficial. Solo a nuestros familiares más directos.
De la emoción del momento, a los dos días, mi piedra-riñonera se movió, no sé si por alegría, o es que tenía celos, y se quería hacer notar. Todo un día de urgencias. Primera lección: a partir de ahora, sea por lo que sea, siempre buscar ginecología. Una doctora, muy desafortunada, del hospital fue la encargada enseñarme eso.
Como no hay mal que por bien no venga, conseguimos la primera ecografía. Y, entendimos porqué los ginecólogos no confirman hasta la sexta o séptima semana. Yo estaba de cinco semanas, solo vimos una bolita, el saco gestacional. Aún sin latido detectable. Pero nos pareció la bolita más bonita.
Esperaba encontrarme fatal, no soportar olores, náuseas…pero nada, ¡a mí el hambre no me lo quita ni toda la progesterona del Universo! Segunda lección: no todo el mundo tiene los mismos síntomas, o ni siquiera tienen. Tengo que reconocer que algunos sí que tenía: dolor de pechos, dolor abdominal, y sueño… ¡ay! el sueño.
Esperaba encontrarme fatal, no soportar olores, náuseas…pero nada.
Y así pasan los días hasta que llega la visita al médico. Yo sólo tenía una idea: escuchar su corazón. Llegamos y me hacen el control de peso, tensión y pulsaciones. El peso correcto, pero la máquina de la tensión casi peta, ¿cómo se les ocurre mirarte eso antes de la visita?
Y entramos…y apagan las luces…y se enciende la pantalla…y ahí estaba…y una bolita diminuta moviéndose a toda prisa… ¡cómo le late el corazón! ¡Creo que es la emoción! Y esa emoción se nos contagió, a su madre y a mí.
Luego, el doctor nos llevó a su despacho para darnos todas las explicaciones y consejos pertinentes, aunque la verdad, hay que utilizar, un poco, el sentido común y no caer en obsesiones. El doctor…que decir de él…que mi mujer y yo estamos encantadas. Cómo nos trata, cómo se porta, cómo nos habla, cómo nos explica… ¡Nos encanta que esté en nuestro equipo de aventura!
Os informo…