Soy millenial o, lo que es lo mismo, de una generación que aprendió a adaptarse y pasó de los disquetes al almacenamiento en la nube en menos de veinte años. Dicen que somos la generación que mejor se adapta a cualquier cambio, que usamos los teléfonos fijos de ruleta y teclado táctil con una facilidad asombrosa, y quitamos vendas, también, a golpe de mensaje y difusión.
La comunicación es lo nuestro y no es para menos: mensajería instantánea, Facebook, Twitter e Instagram, como poco. Crear, enviar, recibir y compartir, en bucle. Somos la fábrica y el consumidor, nos retroalimentamos y hemos creado un ecosistema fértil de ideas. Mi mente ya no es mi mente, es la mente de todos porque estoy al alcance de cualquier idea, de cualquier parte del mundo, que quiera ser difundida. Y esto nos ha servido de mucho.
Lo que empezó siendo -que nunca lo fue, pero así lo llamaron- un problema psicológico, una tara mental, un error de la naturaleza al que hacerle lobotomías y tratamientos de electroshock, ha pasado (o está pasando) ser un matiz, una ínfima diferencia… No, ni siquiera eso; una pincelada diversa, una opción más, un rasgo más: la no cisheteronormatividad. Quien no haya visto jamás (en un país con medios), una persona -o personas- no normativa es que vive, literalmente, en una cueva. Los millenials, para bien o para mal, nos estamos encargando de eso.
Se ha alzado la voz desde un silencio que perpetuaba la discriminación y la violencia porque estábamos, más que escondidos, prohibidos.
Hablo desde mi cómodo asiento de oficina cuando digo que jamás he sufrido un ataque homófobo por parte de nadie y eso, a parte de catalogarlo de suerte, es un indicativo de que las cosas están cambiando. Qué hubiese sido de mí en los años 40.
“Ahora todo el mundo es gay”, he escuchado, más de una vez, en algún medio. Tengo que discrepar, como supongo que discrepas tú también. No todo el mundo es gay, solo hemos pasado del ghetto a la comunidad y de la comunidad al colectivo porque, por mucho que la cisheteronormatividad sea mayor, no somos pocos y nunca lo hemos sido.
Qué pasará con el colectivo
Somos el presente, pero no solo el colectivo, sino esta generación aún jóven para engendrar pero con cierto ápice de madurez para cuestionar el mundo y la diversidad es tan real como que existen morenos, castaños, rubios y pelirrojos por el mundo y, que si no te gusta tu color natural, puedes teñirte porque no haces daño a nadie.
Las generaciones próximas crecerán en un contexto donde cada individuo podrá verse representado por uno o varios referentes. La visibilidad está sembrando la cosecha que nos alimentará el día mañana. Labor de todos es no envenenarla. Y el colectivo se disolverá junto con la palabra ‘normatividad’ en una sociedad amplia que no necesite cuestionarse la orientación, identidad o género de nadie; así como ya no se me piden explicaciones para votar siendo mujer.