Un estereotipo se va labrando su título a consecuencia de verlo una y otra vez. Al fin y al cabo es asociar sistemáticamente algo a alguien, como si eso fuese suficiente para tener toda la información. Tenemos que admitir que hemos llegado a la asociación fácil de las camisas de cuadros y toda esa milonga porque era lo más visible de la sociedad lésbica. Erróneamente se ha pensado que esa chica que ha desafiado la heteronorma vistiendo de tal manera es lesbiana (probablemente lo sea y por ello ha desafiado la heteronorma, para visibilizar), pero esa que se viste con un vestido y se maquilla, no (aunque lo sea).
Más sencillo: Tenemos un grupo de diez mujeres de las cuales la mitad son abiertamente lesbianas. Cinco de ellas cumplen el estereotipo lésbico. ¿Quiénes de ellas son lesbianas? Alguien que no se plantea que la sexualidad es mucho más compleja que la expresión por medio de la apariencia física diría que las estereotipadas. Pues mira, no.
Lejos de ofendernos, lo que sentimos es impotencia al saber que tenemos que sentirnos casi obligadas a defender o excusar nuestra sexualidad por un estereotipo del imaginario colectivo que no nos define -ni mucho menos-. La feminidad y la masculinidad es un sinsentido. Se atribuyen ciertas prácticas a unos y otras tantas a otras en cuestión de lo que llevan entre las piernas, ni más ni menos. Por supuesto, al placer que le encuentra una mujer al estar con otra mujer, se le atribuye la masculinidad -cómo no- y con ella todos los complementos pertinentes de “hombres”: pelo corto, ropa holgada, botas…
En ello encontramos dos debates: Primero, que nada es exclusivo de hombres y exclusivo de mujeres (ni la ropa, ni los gestos, ni el estilo). Segundo, que el amor por una mujer no es, ni de lejos, sentimiento tan solo derivado de los roles masculinos.
Por todo esto, las mujeres lesbianas o bisexuales no tenemos una norma general para absolutamente nada, como tampoco lo tienen otros colectivos. La orientación sexual está totalmente desligada de cualquier matiz externo.