Aún recuerdo la primera vez que sentí algo por una chica
Tenía 20 años. Qué miedo pase. Qué raro era todo.
Mis pensamientos: ”¿Seré lesbiana?” “No puede ser, no hago más que acostarme con chicos y más chicos, es imposible”. “¿Por qué no puedo dejar de pensar en ella?”, “¿Qué me está pasando?”, “ Buff, me ha enviado un sms!”, “Sudor frió, risa nerviosa, mi novio delante preguntándose ¿qué leches le pasa, por qué hace más de 3 semanas que evita quedarse a solas conmigo?”.
“De acuerdo, creo que soy lesbiana, ¿qué hago ahora? No conozco a ninguna lesbiana”, “¿ella también pensará en mi?”.
Todos estos pensamientos y mil y uno más recorrían constantemente mi cabeza a una velocidad de cien millones de años luz; y mientras, mi resolución era, frecuentemente la misma. Algunas veces, sin embargo, el miedo se apoderaba de mi, y esta nueva manera de sentir me nublaba y se convertía en negación.
¿De qué vas a tener miedo con 20 años me pregunto ahora con el tiempo?
Tener 20 años es maravilloso, te quieres comer el mundo, y de alguna manera sientes que te lo estás comiendo. Todo es nuevo, para todo tienes licencia. Estrenas el reconocimiento como persona adulta y sólo tienes metas, sueños, ganas de convertirte en lo que siempre has querido. Y si estás enamorada todo es mucho más especial.
El mundo que te estás comiendo es más dulce, las metas parecen estar aún más cercanas, y los sueños son tan bonitos y reales que apenas sentirías la necesidad de despertar si no fuera porque despertar para ti significa sentirla. Y desde que eres consciente de eso, tu orientación sexual se convierte en algo más por lo que luchar, por lo que crecer y por lo que ser feliz.
Nada ni nadie te va a meter miedo otra vez, porque tú eres joven, guapa, alta, delgada y fuerte; porque tienes veinte años, y porque el mundo te está esperando para que te lo comas. En ese momento decides salir del armario para nunca volver.
Pasa el tiempo, y mientras conservas tus ganas, tu fuerza y tu confianza, comienzas a darte cuenta de que ser adulto no sólo es la puerta para un montón de nuevas licencias y de una nueva libertad sexual; también lo es para un montón de nuevos problemas e inseguridades. Y el amor se esfuma, y las metas se plagan de escollos, y el mundo deja de ser dulce para convertirse en insípido, inodoro, incluso a veces te parece incoloro; y ya casi no tienes tiempo ni de soñar.
Y te despiertas un día diez años más tarde, igual de alta pero menos guapa, menos fuerte y mucho menos delgada
Echas la vista atrás para preguntarte si hiciste bien en mostrarte tan confiada, tan segura. Y te das cuenta de que salir del armario fue un sentimiento totalmente ficticio, porque durante todo este trayecto siempre ha habido un armario que te ha impedido ser libre, porque vives rodeada de homófobos, racistas, imbéciles, trabajos de mierda, injusticias, facturas sin pagar, ladrones, niños con hambre, vecinos adorables que pegan a sus mujeres, asesinos, cabrones de mierda,….
Y entonces, diez años más tarde abres de nuevo ese armario ficticio, y decides luchar desde dentro por un futuro mucho mejor; rompiendo barreras que van más allá de tu orientación sexual, y descubres con la experiencia que fuera o dentro del armario, la realidad se puede modificar.
Entonces decides cambiar los sueños por hechos, y transformar los hechos en logros, y esos logros te llevan hasta una nueva tú, que dentro del armario vive, ríe y respira feliz, como cuando estaba fuera, a los 20 años.
Por Nancy Johnson
Texto publicado en MagLes número 0, junio 2012.