Desde el ritual más puramente estético hasta las que opinan que es una cuestión de higiene personal. La depilación íntima está en eterno debate: pelo sí o pelo no. Pero entre tener o no tener -esa es la cuestión-, hay un amplio abanico de posibilidades para poblar o despoblar el monte de Venus y sus derivados.
Por: Samara Martínez
Periodista y escritora| @Sam_Prietova
Como el vello en la mujer es un tema tabú, tanto que hasta en los anuncios de depilación las mujeres ya están depiladas, vamos a hablar de nuestra zona íntima como quien habla de una tierra fecunda donde nuestro gusto por la jardinería aplicada determinará la clase de terreno que nos gusta tener.
Desierto
Si te tomas en serio eso de que ‘sin pelo no hay alegría’, deberías estar muy pero que muy triste al encontrarte este tipo de explanada. Es la menos poblada de todas, es más, es que el censo es de cero. ¡CERO! El territorio más árido, pero también el más difícil de mantener porque, a no ser que seas de láser o de cera hirviendo para arrancarte hasta el alma, en cuestión de horas puedes ver asomando los brotes de la nueva cosecha.
Sabana
Es igual de árido que el desierto pero con descuidos. Nadie dijo que fuese fácil intentar recortar, rasurar o arrancar cada vello con tanto recoveco. Es normal que entre el jabón, la maquinilla super soft pro master class revolution con aloe, barra deslizante y mango ergonómico, el agua cayendo por tu cara y las prisas, algún pelillo se te escape. Pues como en la sabana, donde haces una panorámica y ves: nada, nada, nada… hasta que ¡PUF! Un arbusto ahí, en medio, como si nada.
Campo de golf
El campo de golf suele ser el más incomprendido de todos. Hay pelo, sí, pero poco, muy delimitado y muy corto, claro. Diferenciamos el campo de golf del jardín porque en éste el hoyo se deja libre (sí, podéis odiarme por este chiste). Se trata ni más ni menos que el apurado más extremo en todo excepto en los primeros cuatro o cinco centímetros de pubis. Es como extender una moqueta en un impoluto suelo de parqué para adornar un poco la estancia.
Jardín
En el jardín ya estamos dando rienda suelta a la naturaleza pero siempre bajo unos parámetros. Es el más personal de todos. Está delimitado, sí, pero a quién le ha importado que su hiedra inunde levemente el jardín del vecino… Está corto, pero no tanto como el campo de golf. Lo vas manteniendo pero siempre sabiendo que tiene que ir con la personalidad de la casa. Vamos, que si un día te siente de lo más flower power, le plantas un tinte y te dibujas una margarita.
Pradera
Los tres últimos se diferencian por una cuestión de medida, básicamente. La naturaleza sigue su curso y tú, sin coartar hasta donde puedan llegar sus extensos caprichos, tiras de maquinilla con placa ajustable para regular el corte. La pradera es el más corto de los terrenos salvajes. Hay vello, sí, pero aún se intuye la llanura. ¿Heidi no era la que corría por la pradera? Ay, Heidi, que te hemos pillado.
Bosque
Esto ya empieza a engrosar. En el bosque ya no solo hay vegetación interior (la pequeña, vamos) sino que empieza a haber rizo ya. Desde matorrales hasta los más altos robustos robles. Ojo, esto no es mejor ni peor, anda que no conozco yo gente que se perdería con gusto por estos bosques. La constancia para su manutención es mínima. De vez en cuando un tijeretazo -¡JA!- y listo.
Selva
La selva es salvaje, no tienen ni ley ni orden ni lógica. Todo así, al mogollón. Lo más importante de todo es saber que en la selva muchas veces no se diferencia el camino y hay que abrir el tuyo propio a golpe de machete. Es complicado llegar a tener una selva. Para ello no has tenido que recortar nunca nada jamás. Es el tope de tu crecimiento capilar, no va a más. Como mucho se llega a enredar. ¿Lo bueno? Que sabes lo que hay y punto.