Esto es así. Quizá con más alegría que nostalgia, el recordar a veces los asuntillos que he tenido debido a mi brillante idea de asumir ante público que me gustaban las mujeres hoy tiene sus beneficios. Se me han perdido por un cajón de algún escritorio de alguna de las casas en las que viví con mis diferentes parejas, o en la misma soledad en las que he sido acompañada por alguna que otra dama casual, los prejuicios. No por ser lesbiana. No, ni nombrarlo. Sino de mi misma. Es decir, lo siento cuando me despierto sola en mi cama con el despertador para prepararme y salir hacia el trabajo, cumpliendo un horario para después salir a la calle sin siquiera esas ganas de salir corriendo hacia mi casa sabiendo que estaba esperándome ella, esa alegría que me daba estar en pareja. Decir: “Si, soy tan feliz con mi soltería” No es tan real y fácil como suena. POR MÁS QUE LO AFIRMEMOS ORGULLOSAMENTE.
Por qué suena tan raro tener treintaiuno, ser “independiente” y amar la idea de estar sola cuando al llegar el fin de semana se te termina a rutina diaria y solo querés un espacio cálido creado por alguien; pero que no sea de paso, sino real…
Quizá seamos todas las mujeres tan capaces cómo nos catalogan, no, es que simplemente no podemos con todo. El hecho de que podamos soportar no nos hace menos sensibles, el que no queramos asumir nuestra realidad por orgullo, ¿qué nos dá?, ¿qué es lo que nos quita? ¿Te has puesto a pensar?
Esta es la verdadera gran duda, ¿podremos asumir quiénes somos realmente en frente de nuestro espejo personal? Quizá mañana o en un rato más.
Por Grisel González.