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La historia que parecía no terminar

4 de mayo de 2016 | Columnas

La historia que parecía no terminar

No fue solo una cerveza
Siempre me he considerado una chica un poco masculina, ya que nunca me verás en tacones ni vestido, a no ser que sea el día que me case. Soy y seré una chica simpática y guapa, o eso pienso yo. Tengo curvas y no me importa mostrarlas porque se podría decir que estoy orgullosa de ser como soy. Y esa noche no iba a ser menos…
Esa noche iba al típico bar de ambiente donde se puede tomar algo hablando tranquilamente y con música a un volumen normal para los oídos. Mi amigo gay que me iba a acompañar me había fallado ese día, pero no me importaba.
Me preparé antes de salir de casa. Me duché y me vestí con unos vaqueros, una camiseta escotada, zapatillas y mochila. ¿Escotada? Sí. Me gustan mis tetas y las luzco como me plazca. Salí en dirección al bar con la intención de conocer a alguien con el que liarme. Exactamente eso era lo que quería. Se podría decir que salí decidida de casa.
Llegué al local y no había mucha gente. Algo normal cuando son las once de la noche. La gente suele llegar a partir de las doce. Me senté en una mesa sola y, aunque puede parecer un poco deprimente, al final veréis que no lo es.
Al poco rato entró la típica lesbiana que está muy buena, pero que tiene poco cerebro. Esa directamente dejó de interesarme. No es que tenga estereotipadas a las personas, sino que ya la conocía. Son de las típicas que proporcionan ¿3? orgasmos y te quedas igual que cuando llegó. A mí me gustan las personas que dejan huella, las que dejan un buen sabor de boca como un buen café.
Después de ella, entró un grupo de gays. Nunca me habían llamado la atención a excepción de mi mejor amigo. Luego entró una chica bajita que tenía el pelo corto. Mis ojos se encendieron de repente porque así es como me gustan. Entonces, se giró y llevaba gafas. Adoro a las chicas con gafas. Parecía bastante tímida y pondría la mano en el fuego a que era la primera vez que iba a un sitio parecido porque solo había que ver su cara.
Ya había fijado mi objetivo y tenía que conquistarla esa noche como fuera. Primero, tenía que empezar con el coqueteo visual, miradas. Solo con la mirada podría ponerle nerviosa o ponerle simplemente. Una mirada puede insinuar demasiadas cosas.
Tenía que localizarla porque no sabía dónde se había metido. Se me había ido el santo al cielo y se me había escapado de mi campo visual. Miré disimuladamente a todos lados buscándola. Allí estaba, en la barra. Su figura me caía en diagonal, esto quería decir que podría mirarla de reojo sin que ella lo supiera.
Empecé a observarla. Pidió una cerveza y, después, se limitó a mirar a su alrededor. Entonces, le lancé una mirada. Vi su cara de sorpresa y el rubor en sus mejillas, por lo que automáticamente me giró la cara. Era lo que esperaba, justo lo que sabía que iba a pasar. Aparté la mirada y me dirigí hacia mi jarra de cerveza. Si todo iba como había planeado, ella me miraría a mí para ver cómo era y si le gustaba. Noté su mirada clavada en mí, pero hice como si no me hubiera dado cuenta.
Entonces, volví a mirarla. Debía hacerle saber que me interesaba y que la primera mirada no había sido mera casualidad. Esta vez se quedó sosteniéndome la mirada sin apartar la cara. Después de un largo intercambio de miradas, un parpadeo rápido, movimientos sensuales con los labios…me dije que ya era hora de ir a decirle algo. Me levanté justo cuando ella se había distraído con el camarero y di un rodeo al bar para que no me viera llegar.
En ese momento, me puse justo detrás de su nuca y le dije: “Me gustas mucho. No puedo dejar de mirarte”. Fue un susurro en su cuello y eso le puso la piel de gallina. Entonces se dio la vuelta y, para mi sorpresa, me besó. Me gusta ir rápido, pero aquello había sido demasiado. Era tímida, o eso creía yo. Su beso me supo a poco y a mucho. Me mostró en ese beso todo: sus nervios, sus sentimientos, sus ganas…Fue más que un beso.
Al separar nuestros labios, nos sonreímos y nos saludamos. Se llamaba Eva y estudiaba Psicología. Le gustaban los gatos y leer. Íbamos a beso por pregunta. Nos besábamos y después nos hacíamos otra pregunta más sobre nosotras. Nos dimos como 30 besos largos y apasionados.
La cosa empezó a calentarse. Cada beso implicaba un roce o ir un poco más allá. No me importa montar un escándalo público, pero el bar tenía unas normas que implicaban que no podías quitarte la ropa. Entonces le ofrecí ir a mi piso porque vivía sola y no me importaba.
Ella aceptó y no me resultó nada extraño. Parecía muy decidida a liarse y a tener relaciones sexuales conmigo. Llegamos al portal y ya nos empezamos a besar. La atracción entre nosotras era increíble. Nos besamos cada dos pasos. Una de las veces…la empujé contra la pared para ejercer presión sobre ella mientras la besaba. Sé que le gustó porque insistió en ese beso. Lo continuó con más fuerza, con más ganas.
Llegamos a mi piso. No hay que decir que la ropa se fue quedando por el pasillo. Al llegar a mi habitación…solo íbamos en ropa interior. Ella era muy mona. No tenía los pechos muy grandes, pero a mí me parecía preciosa. Tenía la piel clara y su sonrisa iluminaba la habitación.
Entonces, la empujé encima de la cama. Ella parecía estar nerviosa, como si nunca le hubieran hecho algo parecido. Me dijo: “Yo nunca…”. Todo encajó en ese momento. Le pregunté si estaba segura y me respondió que sí. Me explicó vagamente que lo decía porque no me sorprendiera si ella no sabía seguirme. Yo le dije que se tranquilizara porque toda iba a salir bien.
Unas horas y varios orgasmos después…
Nos dormimos sin saber qué sería de nosotras mañana. Sin saber si nos acordaríamos de esto toda la vida o simplemente lo olvidaríamos. Sin saber si seríamos algo más que un polvo de una noche. Sabiendo solo que a ambas nos volvía loca el sabor de la otra.
Autora: Begoña Carrasco González

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