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Nadie dijo que fuera fácil

11 de julio de 2016 | Columnas

Nadie dijo que fuera fácil

Al salir del doctor, llamé a mi madre para decirle que todo estaba bien. No tenía buenas noticias, justo cuando el corazón de nuestro bebé empezaba a latir, otro, cercano, se apagaba.

Texto: Natalia Cremades | twitter: @MamaoMami

Fue un golpe duro. No sé si fue casualidad o tuvo algo que ver, pero a los tres días, manché. Era por la noche, había sido un día agotador. Aunque el doctor había dicho que podía pasar, le dije a mi mujer que quería ir a urgencias, y asegurarnos de que todo estaba bien.
Todo el proceso lo estábamos haciendo por privado, pero fuimos a las urgencias de la Seguridad Social. Ni mejor ni peor, diferentes.

No sé si fue casualidad o tuvo algo que ver, pero a los tres días, manché.

Nada más llegar, la enfermera me dijo: “Tienes para rato. Puedes irte a casa si quieres, porque si lo tienes que perder, pasará igualmente. Si te quedas, tendrás que esperar”. En ese momento, no sabía si llorar, si darle un puñetazo, y quitarme los nervios a golpes…pero tenía otra preocupación más importante. Me fui al baño. Seguía perdiendo. Poco.
Cuando entramos, la amabilidad del doctor compensó el poco tacto de la enfermera. Estaba acostumbrada a la consulta de nuestro médico, donde había una pantalla delante de mí, desde la que seguía la ecografía. Se oía el latido, y se veía perfectamente el movimiento del corazón. Ahí era diferente. La pantalla diminuta, en la cual, no se veía nada, mucho menos se oía. No respiré hasta que el doctor dijo: “Hay latido”.
El bebé (aunque no es considerado como tal, hasta no sé qué semana) estaba bien. La explicación de las pérdidas: no había explicación. Podía ser por muchos motivos. Control y reposo. La baja laboral hasta la semana 12. De la cama al sofá, del sofá a la cama. Por suerte, acabaron las pérdidas. Había venido para quedarse.

Mi mujer estaba entregada a mí. Aunque ella sí que tenía que trabajar, lo hacía todo. Se levantaba antes para sacar a la perra, y eso es mucho, levantándose a las cinco de la mañana. Cocinaba, cuando no había tupers de la mama. Se encargaba de todo. Lógico, pensaréis. Sí, seguramente. Pero a mí me parecía un amor.

Mi mujer estaba entregada a mí. Aunque ella sí que tenía que trabajar, lo hacía todo.

Llegó la, ansiada, semana 12. Todo marchaba bien, así que se lo dijimos a nuestras sobrinas (8 y 5 años). Al principio, no se lo creían mucho. Supongo que nos veían como sus tietes, no como posibles figuras maternas. Luego, lejos de preguntar cómo podía ser que me hubiera quedado embarazada, su preocupación fue: ¡cómo va a diferenciaros el bebé, si sois “mama” las dos! “Vale, tú serás la mami, y la Laura la mama”. Lo decidieron, sin más, nos lo comunicaron, casi, como una orden.
A partir de entonces, dejó de ser un secreto. “¡Qué valientes!” me dijeron, en más de una ocasión, por el hecho de ser dos mujeres. Siempre decía lo mismo: más valientes las que lo hicieron antes que nosotras, y lo tenían mucho más difícil.
Os informo…

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