El sol asoma cada día más brillante, más solo en un cielo sin nubes, más fuerte, más pleno. Las temperaturas han subido, hace, en comparación a lo pasado este año, calor; o al menos calorcito agradable. Pero esto en unas semanas va a convertirse en una temperatura casi infernal donde no llevar pantalón corto o falda y tirantes será un suicidio estacional.
Ahí está, el miedo al canon de belleza o, más bien, a no serlo. ¿Cuántas horas de photoshop tiene la foto de la marquesina donde coges el bus a diario? Nunca lo sabremos, se encargan de que no lo sepamos. ¿Ella tendrá estrías también? Son difíciles de quitar, ya lo sabes. Muchas mujeres las tienen. Es una rotura de piel. Si lo piensas, tiene su lado poético. Has cedido, has crecido, ha habido un cambio. Puede que hayas retrocedido o avanzado con él o tras él, pero sigues en constante evolución. ¿Y ellas? ¿Hay alguna solución para las estrías? Pocas, aunque la más infalible es amarlas.
Olvida la marquesina del bus, los anuncios, las fotos de Instagram. Ponte frente al espejo y mira. Te rodea absolutamente todo tu piel, es el abrazo más largo de todos; el tuyo propio. ¿Las ves? En la cadera, en los muslos, en el trasero. Siempre van juntas, como una impecable manada, solo que donde tu ves angustia, yo veo un mar que rompe en la orilla, un reflejo de agua, el pelaje de un tigre, un arañazo del tiempo y el braille en tu cuerpo.
Las estrías son verdaderamente bellas. Yo tengo. Muy pocos cuerpos he visto sin ellas y que gracia tienen. Ninguna. No es una cuestión de auto convicción, es una cuestión estética. Sería hipócrita decirme a mí misma que mis tatuajes cuentan mi historia y mis estrías no, como también lo sería decirte que algo que se parece tanto al reflejo del agua en el fondo del mar no me saca una sonrisa.