Cuando @Devermut se carea con el espectador a través de las pantallas, son conscientes que muchos desatan la fiera del odio anónimo, ruidoso, desinformado y escandalósamente pueril. Sus besos han expandido por la red con un patrón fractal. Como todo en la red cuando se viraliza, han levantado polvo en los sarcófagos de los cómodos conformistas anti todo lo que ellos no sean. Lástima, sus liturgias de odio no pueden con lo irrefutable, y es que a quien capaz de amar de verdad, no se le cuestiona nada.
A día de hoy no logro comprender cómo a un acto de amor se le ha acatado con un odio atroz. Cómo a un acto íntimo se le ha otorgado el derecho y casi la obligación de ser observado y juzgado. Cómo a un acto pleno se le ha tachado de antinatura como si hubiese algo más natural que nuestro propio deseo consciente. Se avalen en lo que se avalen los que quieren coartar, no lo diferente, sino, lo menos común, es imposible frenarlo. Prueba a decirle a la Luna que no suba las mareas porque tú no lo haces, dile al viento que no existe porque tú no lo ves.
En el vídeo, que nada tiene que ver con la propaganda como alguno ha sugerido -puesto que la propaganda LGBT+ no existe- , veo pupilas centelleantes enmarcadas por alguien que las lleva. Veo emoción, ansia por quien tienen enfrente, veo estima, vehemencia y amor. Que el género les sobra, que la ropa es un impuesto, el maquillaje un complemento y que al final, todo es cuestión de piel. Que las huellas son todas distintas, que el corazón vivo palpita, que las mandíbulas apretadas se marcan y que amor puede abanderar cualquier tipo de unión.
Es necesario que el recorrido fractal de esta pieza choque con cada una de las cuencas de quien esté dispuesto a ver, no solo a mirar. Reeducar, mostrar, desdemonizar y amar. Los colores ya no son estigma: pican porque curan.