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Salir del armario en el trabajo

17 de octubre de 2017 | Columnas
salir del armario

No he conocido un heterosexual que haya confesado abiertamente su heterosexualidad como rito iniciático a una vida plena, sana y feliz. No te equivoques, no es que no se vean heterosexuales por el mundo agarrados de la mano, besándose y proclamando su amor por alguien del sexo contrario, sino que para hacer todo eso no han tenido que tantear el terreno de la aceptación social. Por desgracia, muchas de nosotras hemos tenido que debatirnos entre ocultarlo en ciertos ámbitos de nuestra vida cotidiana o ir con todo y “ver lo que pasa”.

Tomártelo con naturalidad

Desde luego, si tu no lo ves como algo normal, nadie lo hará. Ocultarlo solo reforzará el estigma de la sociedad. ¿Por qué? Prueba a hacer algo cotidiano a escondidas: coge un post-it, escribe la hora de tu próxima reunión tapando el papel con la otra mano mientras miras angustiosamente hacia todos los lados. Parecerá que estás copiando los mismísimos secretos de estado para venderlos al mejor postor. Nada más lejos de la realidad. La actitud en la que te tomes tu vida influirá en cómo se lo tomen los demás. Eso no significa que no vaya a haber comentarios, pero como diría Dalí: que hablen bien o que hablen mal, pero que hablen.

El momento

Dentro de la naturalidad también entra encontrar el momento. Queda claro que es una clara desventaja frente a los heterosexuales porque para el mundo en general la heterosexualidad va implícita. Aún así, si te animas a dar el paso y liberarte, de cierta modo, no debes hacerlo nunca arrastrada por la opinión de nadie, nisiquiera por lo que veas así escrito.

Tanto tus deseos como tu sexualidad son cosa tuya. Si no sientes que es el momento de compartirlo con tus compañeros de trabajo (ojo, no digo que montes una fiesta, pero sí que comentes libremente que te parece más atractiva la recepcionista que el camarero de la cafetería de enfrente), no lo hagas. La visibilidad está muy bien y puedes aportar tu granito de arena, pero cuando TÚ quieras.

La necesidad

A veces no es cuestión de abanderar tu sexualidad, sino de mera necesidad. Suele pasar en la adolescencia, cuando tu grupo de amigas están obsesionadas con One Direction, Bieber o el niñito guaperas de turno. Forran carpetas, empapelan su cuarto con posters y lanzan grititos cuando les hace RT en Twitter. Y tú, cómo no, estás harta de no poder compartir esa misma obsesión que tienes, por ejemplo, con Ruby Rose.
En la vida adulta ocurre lo mismo. Como dije antes, la recepcionista te parece un ser extraordinariamente atractivo, mientras que, chica, el culo del camarero no es para tanto. “Vamos a tomar un café, ¡que hoy lleva vaqueros ajustados!” Mira, pereza. Estás harta de asentir, sonreír y fingir que entiendes perfectamente de a qué se refieren. ¡Aquí tiene derecho a opinar todo el mundo! Y si para eso tienes que salir del armario, pues sales. Lo mismo tus compañeras te aconsejan bien sobre cómo conquistarla.

Sea como fuere, son muchas las personas que tienen que lidiar con estos procesos alguna vez en la vida. No por obligación (hace años que preguntar sobre la orientación sexual en una entrevista de trabajo es ilegal, ¿verdad, Trump?), por supuesto, sino por una necesidad de entendimiento, liberación, visibilidad o, simplemente, orgullo.

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