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Suelta el lastre del lenguaje masculino

26 de junio de 2018 | Columnas

Mi mujer

Esta es sin duda una expresión arcaica, propia de una mente anclada en antiguos patrones sociales que, sin embargo, un considerable número de personas –entre las que se encuentran muchas mujeres– todavía utiliza.
Es una frase aparentemente inocente que, sin embargo, oculta tras de sí un alto grado de emociones contradictorias y bastante alejadas del significado real del amor. Posesivo, excluyente, y sobre todo masculino: “Mi mujer”. Mía. Y éste, es sólo un ejemplo de las múltiples variantes que existen. 
¿Cuántas veces has escuchado esta frase?  Mi “lo que sea”. 
Hace poco escuché a un hombretón fornido y grande, –considerablemente más alto y ancho que yo– rezongar detrás de mí algo referente a “su” mujer.
–Básicamente que se estaba acostando con otro–. No me interesan lo más mínimo los asuntos de cama del resto del planeta. Lo que captó mi atención, y provocó que ahora esté escribiendo estas líneas, fue el modo en el que pronunció las palabras “mi” y “mujer”. No había duda. Aquella hembra “díscola” era de “su propiedad”. Sic… 
 “Mi”; “mi mujer”, “mi amiga”, “mi hijo”, “mi casa”, “mi perro”…  A pesar de toda la carga emocional que hay en ellas, –y precisamente por ello– estas expresiones nos alejan del amor y nos aproximan al ego –a esa parte de nuestro ego que teme– en sus distintas variantes: apego, sentido de la posesión, inseguridad, necesidad. Nos definen, en fin, acercándonos al miedo. Miedo por la pérdida, por el abandono, por la carencia. 
   Como digo, la frase espoleó mis neuronas, hasta el punto de hacerme reflexionar sobre esa necesidad que tenemos de apropiarnos, a través del lenguaje, de todo y de todos. ¿Por qué? ¿Por qué no te permites vivir desde lo femenino –a fin de cuenta eres una mujer. Y no una mujer cualquiera. Eres “tan mujer”, que te enamoras de mujeres–, entonces… ¿Por qué no comportarte como tal? 
   Lo femenino es aperturista, acogedor, afable, suave –lo cual no es óbice para que podamos mostrar nuestra fuerza, fiereza y potencia cuando lo  consideremos oportuno–, receptivo pero con una receptividad activa, en absoluto pasiva. Lo femenino es dador, permite que la vida se de. ¿Por qué no permitir que la vida de quien amas se de por completo dejándole su espacio, su tiempo? ¿Por qué no permitirle ser quien es, amándola con todo, con lo que te gusta de ella y con lo que te gusta menos, con su coherencia y con sus incoherencias, con su belleza, su brillo, su poder y también con esa fealdad que te muestra a veces cuando se enfada, con esa oscuridad que aparece cuando algo la destroza, con la vulnerabilidad que surge de la incertidumbre, de la inseguridad o del miedo? Y, ¿por qué no empezar por el lenguaje? Porque el lenguaje aproxima nuestros corazones… O los distancia.
Deja que sea como es, exactamente como es. No es tuya. No tiene que ser como tú quieres que sea. Y permítete ser, tú también, exactamente como eres.

Sé libre. Libera.

Somos mujeres. No somos hombres. ¿Por qué aceptar el lenguaje y la forma en la expresión que tan bien han sabido inculcarnos desde antiguo? Desde el famoso “derecho de pernada” hasta la actualidad, en algunos aspectos, parece que no haya pasado el tiempo. Y uno de esos aspectos es el lenguaje. No nos damos cuenta… Pero utilizamos y abusamos de un lenguaje masculino que, en muchas ocasiones es sobreprotector, prepotente, reduccionista, limitador. –Y no es que tenga nada en contra de lo masculino. Lo que ocurre es que no me gusta el uso y menos, el abuso de según qué palabras o términos porque nos alejan quienes somos–. 
Escojamos bien nuestras palabras. Las palabras son la proyección de nuestros pensamientos en la realidad, reflejan quienes somos. ¿Seguimos estando a lo que mande la tradición? ¿Sigue la psique masculina dirigiendo nuestras vidas? 
 ¿Tú qué dices? Por mi parte digo que tenemos que hacernos conscientes de lo que pensamos, de lo que sentimos, de lo que hablamos. Estoy hablando de PNL, de que se ha de estar muy atenta a lo que se dice y a cómo se dice. Estoy segura de que la mujer, o la chica por la que suspiras, la que llena tus noches –y tus días – la que hace que tiembles cada vez que se cruzan vuestras miradas, la que te eleva al cielo y te permite morir en cada orgasmo tiene nombre. Un nombre precioso. Un nombre propio. Llámala por su nombre: Andrea, Paola, María, Lupe, Carla… ¡Qué se yo! Lo importante es que digas su nombre. Que pronuncies su nombre. El nombre de cada una nos identifica con lo más profundo que hay en nosotras, nos conecta con nuestra esencia. Escucharlo nos hace sentir que somos únicas e importantes, valiosas, que estamos vivas y que importamos mucho a alguien. 
Deja de definirla y encasillarla y encorsetarla y limitarla diciendo que es “tu mujer”, “tú novia”, “tú chica”… Porque, en realidad, ella sólo –y sobre todo– es ELLA. Con sus luces y sus sombras –como tú–. Pero lo importante, según lo comprendo, es que ella, es la mujer que te vuelve loca, que admiras, que respetas, que amas, que deseas, con la que quieres estar –al menos a día de hoy– hasta el final.

Ama por Amor

Eres una mujer. Y porque eres muy mujer, por eso, te enamoras de mujeres. Sé de una vez por todas quien eres. Ama por amor. No lo etiquetes. No lo delimites. No lo encasilles. No lo enturbies. Respétalo. Ámalo.

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