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El miedo a besar en la calle

23 de octubre de 2018 | Columnas
besar en la calle

Un acto de amor puede convertirse en un problema cuando los ojos que lo miran se inundan de prejuicios. Si alguna vez has tenido miedo a besar en la calle sabrás de lo que te hablo.

Me cuenta mi padre que en la dictadura te detenían por besarte en la calle. Le pregunté si se refería a besos entre parejas heterosexuales mientras dibujaba una media sonrisa algo hastiada y decía: “Claro, a los homosexuales los fusilaban”. Sin ni siquiera llegar a besarse, obvio.Mira Lorca, que murió “por maricón”.
Las cosas han cambiado tanto en tan poco que no ha dado tiempo a reciclar a las personas. “Una guerra termina cuando han muerto todos” y aún no ha pasado lo suficiente para librarnos de tales estelas. El prejuicio sigue ahí y, proporcionalmente, se han ido abriendo las miras. Los besos inundan las calles sin detenciones y las malas miradas recaen ahora en aquellos que nos libramos del fusil.
La comparativa se palpa frívola, por supuesto. No puedo sino recordar a todos los que han tenido que poner las mejillas y las costillas a merced de puños americanos y botas con punta de acero para que hoy caminar de la mano y despedirme con un beso no sea motivo de paliza segura, sólo poco probable. Sin embargo, de las malas miradas no te libra el constitucional. El miedo a besar a tu pareja en la calle siempre está ahí. El espacio seguro son cuatro paredes y los tuyos. La calle es infinita y, como tal, con un gran potencial para llevar el amor al desprecio, la mofa fácil, la denigración y hasta el repugno. Qué tristes aquellos que disfrazados de odio amputan un beso.
Desconozco si puedo aunar todos los motivos que tiene alguien para girar la cara con descaro en medio de una avenida o para meterse entre medio de dos mujeres que se miran como si fuesen las únicas personas en el mundo. Voy a meterlo en el saco de la incomprensión por justificarlos de alguna manera; no pienso alimentar la guerra. El fuego de una batalla que no nos representa se ahoga enlazando los dedos como sogas al cuello de la aversión y juntando nuestros labios haciendo del amor el único vencedor.

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